¿Cuántas veces has borrado una foto porque “no te veías bien”? ¿O has sentido que valías más cuando alguien te decía que estabas guapa?
No estás sola. Vivimos rodeadas de mensajes que nos hacen creer que nuestro valor depende de gustar, de atraer, de encajar en un ideal de belleza que nunca se cumple del todo. Desde muy jóvenes nos enseñan que “ser guapa” es sinónimo de éxito, y que, si los chicos nos miran, nos comentan o nos eligen, entonces estamos “haciendo algo bien”.
La tiranía de la belleza casi nunca se impone con gritos: se cuela en los detalles. En el comentario aparentemente inofensivo, en la comparación constante, en la idea de que tenemos que estar “a la altura” de una mirada que casi siempre es masculina. Nos hace competir, compararnos y esforzarnos por resultar deseables, como si la atención de los chicos fuera una especie de medalla invisible.
Laura conocía bien esa sensación.
Le gustaba arreglarse, pero en el fondo, no lo hacía solo para sentirse bien, sino para ser vista en redes sociales. Si recibía muchos “likes” o comentarios de “guapa”, el día mejoraba. Si no había reacciones, todo se volvía gris. Su autoestima subía o bajaba al ritmo de los mensajes, los emojis o los silencios. Su autoestima dependía de la aprobación y opinión de otras personas y, especialmente, de lo que opinara su pareja.
Al principio no lo veía como un problema. Solo quería sentirse especial, como si la validación externa fuera una confirmación de su valor. Pero con el tiempo, esa dependencia empezó a pesarle: ya no disfrutaba de arreglarse, sino que lo vivía como una obligación. Como si cada foto, cada salida, cada gesto estuviera siendo evaluado. Hasta que conoció a Sara.
Sara, nunca fue la que más se arreglaba ni la que más likes recibía, pero tenía algo que brillaba más que cualquier filtro: una seguridad serena, difícil de fingir. No era que no le importara su imagen, pero no estaba obsesionada con la belleza, y la mayoría de veces, su aspecto era natural y su forma de vestir cómoda y sencilla. Y si alguna vez se maquillaba, era porque le divertía. Si se vestía bien, era porque le gustaba lo que veía en el espejo, no porque esperara aprobación. Cuando alguien hacía un comentario sobre su cuerpo o su forma de vestir, sonreía y seguía hablando de lo que le interesaba. No necesitaba la aprobación de alguien para sentirse valiosa.
Tras conocerla a fondo, Laura se quedó pensando. Se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo compitiendo con otras chicas, comparándose, obsesionada con la moda, la estética, con encajar en un molde imposible. Había olvidado preguntarse: ¿Quién soy yo? ¿Qué me gusta de verdad? ¿Qué cosas me hacen sentir bien conmigo misma más allá de la pantalla ? ¿Qué es lo que me permitirá ser dueña de mi vida y mis decisiones y no vivir solo para gustar a los demás?
La dependencia de la aprobación externa, sobre todo la masculina, puede parecer inofensiva, pero a menudo abre la puerta a relaciones desequilibradas. Cuando una chica siente que su valor depende de lo que él opine, es más fácil que tolere comentarios, críticas o actitudes que no le hacen bien. Lo que empieza como deseo de gustar se convierte, sin darse cuenta, en miedo a decepcionar.
La historia de Laura es la de muchas adolescentes atrapadas en la tiranía estética y en la búsqueda constante de admiración. El riesgo es claro: cuando creemos que nuestro valor depende de gustar a otros, nos volvemos vulnerables a la presión, la manipulación y las relaciones tóxicas.
Romper con esa tiranía no significa dejar de cuidarte ni renunciar a tu estilo. Significa hacerlo desde el bienestar y la comodidad, no desde la presión y la esclavitud de horas de dedicación y gastos. Significa poder mirarte al espejo sin pensar en quién te va a ver después. Significa cuidarte para ti, cultivar una autoestima real basada en la aceptación, en los proyectos propios, en los vínculos sanos y en la capacidad de poner límites.
Quererte no es vanidad: es autonomía.
Y en un mundo que insiste en que las chicas deben gustar, gustarte a ti misma es un acto de rebeldía.
“No está mal ser bella. Lo que sí está mal, es la obligación de serlo.” (Susan Sontag)