Laura siempre había soñado con un verano de película. De esos que ves en las series: playa, noches con amigas, risas interminables y el primer gran amor. Y durante un tiempo, creyó que lo estaba viviendo.

Todo empezó cuando conoció a Marcos en una fiesta de fin de curso. Él se acercó con esa sonrisa un poco tímida y un montón de frases que parecían sacadas de un libro romántico. Le decía que era distinta, que nadie la miraba como él. Cuando empezaron a salir, Laura se sintió especial, única. Como si por fin alguien la viera de verdad.

Los primeros días fueron increíbles. Marcos le mandaba mensajes de buenos días, pasaban horas charlando, hacían planes de verano. Laura pensó que eso era lo que significaba estar enamorada. Que era normal querer estar todo el tiempo juntos.

Pero poco a poco, algo empezó a cambiar. Al principio fueron pequeños comentarios que Laura no quiso ver.

¿Por qué subes esas fotos con tus amigas? —le preguntó una tarde—. Sabes que me molesta que te vean así.

¿Vas a salir otra vez? Yo pensaba que preferías estar conmigo.

Después, llegaron los reproches. Si Laura no contestaba al instante, Marcos se ponía serio. Si salía sin avisar cada detalle, se enfadaba. Una noche, mientras Laura cenaba con su familia, vio que le había escrito más de veinte mensajes seguidos. Algunos decían “te echo de menos”, pero otros ya sonaban distintos: Seguro que estás con otro.

Si me quisieras de verdad, no me harías esto.

Siempre tengo que estar preocupándome por ti.

Laura empezó a sentir que todo lo que hacía estaba mal. Que si se maquillaba era por llamar la atención. Que si salía con sus amigas era porque no valoraba su relación. Que si quería un poco de espacio era porque no lo quería de verdad.

Dejó de ir a la piscina porque a Marcos le molestaba que subiera fotos en bikini. Empezó a poner excusas para no quedar con sus amigas. Borró publicaciones que antes le hacían ilusión. Apagó poco a poco todo lo que era ella.

Pero dentro de su cabeza, algo no cuadraba. Cada vez que miraba su reflejo en el espejo, sentía un nudo en la garganta. ¿Por qué tenía que justificar todo? ¿Por qué empezó a tener miedo de su propio móvil?

Una noche, después de otra discusión, Laura se sentó en su cama y se puso a repasar los mensajes de los últimos dos meses. Los “te quiero” estaban llenos de condiciones. El cariño siempre venía seguido de un control. Las disculpas llegaban cuando ya se había sentido culpable por todo. Fue entonces cuando entendió que aquello no era amor. Era control disfrazado de preocupación. Era dependencia disfrazada de cariño. Era miedo con una etiqueta bonita.

Laura pensó en todo lo que estaba perdiendo: su verano, sus amigas, su alegría. Y decidió que no iba a dejar que nadie se lo quitara. Esa misma noche, tras despedirse de él, bloqueó el chat de Marcos. La mano le temblaba, pero en el fondo sintió un alivio que no recordaba desde hacía mucho.

Habla con alguien de confianza. Busca apoyo. Taronja Sencera o cualquier persona adulta en quien confíes puede ayudarte a salir de esa espiral.