Clara no solía esperar con ganas el inicio del curso, pero este año había algo distinto. Durante un intensivo de inglés en julio, conoció a Sergio. Empezaron a hablar por casualidad en un descanso, entre chistes y recomendaciones de series. Él le pidió su Instagram. Esa misma tarde le escribió:

“¿Llegaste bien?”

Desde entonces no dejaron de hablar. Memes, canciones, audios de madrugada. Se reían por cualquier cosa. A veces, Clara se dormía con el móvil en la mano, sonriendo. Aunque no se conocían mucho en persona, sentía que estaban conectados.

En septiembre, al volver al instituto, Clara llevaba sus cascos con la playlist que él le mandó. Miraba el móvil más de lo normal, esperando un mensaje suyo en cada recreo. Pero con el tiempo, algo empezó a incomodarla.

Un día, subió una historia con su mejor amiga. Al rato, Sergio le escribió: “¿Y ese abrazo?”. Ella se rió y le explicó que eran amigas de toda la vida. Él respondió con un emoji raro y se desconectó. Luego vinieron más frases así:

“No me gusta cómo te habla ese chico”, “Podrías haberme avisado que salías”.

Al principio, Clara pensaba que era porque le importaba. Pero cada vez que no respondía enseguida, él enviaba varios mensajes seguidos. “¿Dónde estás?”, “¿Con quién?”, “Vale, ya veo…”
Una tarde, le pidió una foto. “Solo para mí, nada raro. Pero me haría ilusión”. Clara dudó. Dijo que no se sentía cómoda. Él insistió. Al día siguiente, no le habló. Y cuando por fin respondió, fue con un solo mensaje:

“Pensé que confiabas en mí”.

Clara se sintió mal. Le dio vueltas todo el día. ¿Era culpa suya? ¿Lo estaba exagerando? ¿Eso era cariño?

Al día siguiente, se lo contó a Laura. En el recreo, sentadas en un banco, lo soltó todo. Laura solo dijo: “Cuando alguien te quiere, no te hace sentir culpable por poner límites”.

Esa tarde, tras despedirse, Clara bloqueó a Sergio. No fue fácil, pero tampoco tan difícil como imaginaba. Respiró hondo. Sintió paz .

Una semana después, un chico del instituto le preguntó si quería apuntarse al grupo de música. Ella aceptó. Le apetecía cantar otra vez. No era que empezara algo nuevo con él, sino que volvía a empezar con ella.