El significado de pornografía vendría a ser la representación o descripción de la actividad sexual que busca producir excitación. Siguiendo esta definición, podríamos decir que ya desde el paleolítico se representaban escenas con contenido sexual, aunque no queda claro si su fin era o no realmente pornográfico, ritual, artístico o de otro tipo.

La cuestión es que la pornografía llegó hace miles de años y llegó para quedarse. Entonces, ¿cuál es el problema? Hay muchos inconvenientes relacionados con la pornografía, pero, desde luego, no la pornografía en sí misma. Dejando a un lado las mafias, los vídeos de contenido ilegal o inadecuado, los oscuros entresijos de la industria que la produce, y un sinfín de otras derivadas, nos centraremos en los problemas que puede llegar a suponer para el establecimiento de relaciones sanas, equilibradas y satisfactorias.

Según un estudio publicado en 2018 en International Journal of Developmental and Educational Psychology, se habla de que el 85,9% de jóvenes con edades entre 13 y 17 años se había visto en situaciones de exposición involuntaria a contenido pornográfico. Todas y todos sabemos que esto ocurre también en edades más tempranas, donde el acceso a las TIC no siempre va con el acompañamiento y supervisión adulta que serían recomendables.

Hay que tener en cuenta la influencia que el porno tiene en la construcción del imaginario sexual, donde se normalizan prácticas, posturas, tendencias y medidas que no se ajustan a la realidad, dejando terreno abonado para la perpetuación de estereotipos, cosificación, desarrollo de trastornos sexuales, psicológicos, conductas desajustadas y creencias erróneas, que dificultan el establecimiento de relaciones sanas, igualitarias y libres de violencia.

Casi todo el mundo está de acuerdo en que las matemáticas son necesarias a la hora de desenvolverse en la vida adulta, al igual que tener conocimientos de literatura, plástica o lengua. Y es verdad, son muy importantes. La cuestión es que en ocasiones olvidamos que, para tener una transición ajustada a la vida adulta, establecer relaciones adecuadas y ser una persona completa, también necesitamos aprender a conocer, expresar y gestionar nuestras emociones, aprender a comunicarnos de forma asertiva, aprender a relacionarnos, aprender quiénes somos, cómo nos sentimos, con qué nos identificamos, qué esperamos de nosotros y de nosotras mismas y del resto.

En esto consiste la educación afectiva y sexual. No es un adoctrinamiento. Es formar a nuestros niños y niñas con unos mínimos suficientes para poder absorber el impacto de contenidos que, de una u otra forma, les van a llegar. Si convertimos estos temas en un tabú o un problema no educativo, acabarán aprendiendo a través del móvil, Tablet u ordenador en lugar de a través de sus personas adultas de referencia, y en cualquier sitio con WIFI en lugar de en las aulas o en contextos con cierta supervisión.

La educación afectiva y sexual desde edades tempranas contribuye a contrarrestar la influencia negativa de este tipo de contenidos a la hora de formar una idea de lo que es funcional y ajustado en las relaciones, sexuales o no, entre personas.

El problema principal, en resumen, y parafraseando a Berto Romero, es que “educarte sexualmente viendo porno es como educarte para la vida viendo Star Wars. Te puede divertir, pero no es real”. Como vemos, el humor puede ser muy serio.